miércoles, 17 de febrero de 2010

Breve colección de insultos inverosímiles


  • La felicito por los insultos que me confiere, estimada XXX. Siga regodeándose en ellos; de este modo tendrá éxito en la misión de su vida, y conseguirá describir con exactitud mi verdadero ser.
  • Esas ideas acerca de mí, ¿son el resultado de las brillantes elucubraciones de su basta inteligencia, las copió mal —mal porque ni siquiera se detuvo a respetar la ortografía— de un tratado de moral o, por el contrario, es el producto de las voces que oye en su mente?
  • Coincido con todos sus insultos, estimada XXX. Yo también pienso eso mismo de mí.
  • Estimada XXX: gracias por sus gentiles palabras; como diría nuestro común amigo F., tomo debida nota.
  • Estimada XXX. Me permito una sugerencia; no un consejo, sino una sugerencia: no siga el ejemplo de Satanás, y haga un esfuerzo por evitar convertirse en una serpiente. La Serpiente, si se observa bien, es un ser muy triste: va por la vida arrastrándose sobre el polvo, y en el polvo, mientras se arrastra busca a sus víctimas para alimentarse de ellas. Es entonces cuando muerde, cuando la serpiente transmite su veneno y mata. Pero claro, como todo en la vida hay excepciones. Están, por ejemplo, esas curiosas excepciones en donde la serpiente se cansa; pero no se cansa de cualquier cosa, oh, no. Se cansa de ella misma… Se harta de su propia naturaleza; se harta de ser, simplificando, una serpiente. Y cuando ello ocurre —cansarse de ser una serpiente—, se detiene, deja de arrastrarse, abandona el polvo (que es el único territorio que conoce y donde se mueve con comodidad), se da vuelta, y sin que nada pueda evitarlo se muerde la cola. Así, de esta manera la serpiente se sucumbe: contagiada, a través de su cola, por su propio veneno. Entonces, le sugiero que no sea una serpiente, estimada XXX. No pretenda contagiarnos con su veneno; no sea usted misma víctima de su propio veneno. Deje de arrastrarse por el polvo, y cuide su cola, cuídela mucho, por favor.

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