viernes, 25 de diciembre de 2009

Una temporada en la costa


Sugirió la idea de tomarse unas merecidas vacaciones. Y soñó con un mar turquesa, y con playas de arenas blancas. A la semana siguiente, le dije que tenía un regalo para ella, y le pedí que cerrara los ojos. Me acerqué, calmé sus temblores con dos o tres caricias sobre los cabellos, y coloqué en una de sus orejas un caracol y entre las yemas de los dedos una bolsita con arena.
-¿Oye? –pregunté.
-Oigo –respondió-. Oigo un eco, un eco lejano como cualquier otro eco; pero un eco con un poco de viento y un poco de mar.
-¿Y siente? –pregunté.
-Siento.
-Puede abrir los ojos cuando quiera –propuse.
Ella sacudió la cabeza, agitó el ritmo de su respiración, y sin despegar el caracol de su oreja y la bolsita de arena sobre las yemas, suplicó:
-No, no. No sea malo, déjeme un poquito más, un poco más aquí, en este lugar de arenas blancas y de mar turquesa.-

2 comentarios:

Myriam Ruiz - facebook- dijo...

Me gusta... tiene la sonoridad del mar, un tacto rugoso como de arena húmeda, ecos lejanos... me gusta mucho.

-Sof- dijo...

Los caracoles tienen suerte de poder quedarse con el ruido del mar, deben dormir muy tranquilos!